Recuerdo claramente cuando a mi casa
llego el primer celular, lo trajo mi padre y era un Audiovox negro, bastante
pequeño en comparación a los gigantes que estaban escasamente en el mercado.
Para mi ese aparato era increíble, de verdad no entendía como podía funcionar y
comunicar a las personas sin un cable y en una época donde los “locutorios”
eran famosos a causa de la poca penetración del servicio telefónico
convencional.
Lo más chistoso de aquel Audiovox es
que era prácticamente un adorno, las tarifas de Telcel eran tan elevadas para
este servicio que hacer una llamada local podía costar casi lo mismo que
comunicarse con el sur de China.
Evidentemente esos tiempos quedaron
atrás ante la necesidad y lo lucrativo del negocio especializado en conectar a
las personas, por lo que hoy comprar un celular y pagar un plan no es tan cuesta
arriba como en aquellos años.
Soy un amante de las Redes Sociales
y su poder comunicacional del que gozan sin la necesidad de emitir una palabra o
enlazar un satélite para saber que esta pasando en tiempo real en el mismísimo
Sur de China. La teoría de la Aldea Global que estudié en la Universidad pasó a
ser una hipótesis arcaica, porque con un solo click puedes generar y recibir
información de cualquier tipo que por medio de un “share” es capaz de romper
fronteras inimaginables e incluso barreras de lenguajes.
Aunque este fenómeno comunicacional
ha sido motivo de diversos estudios, no deja de llamarme la atención lo mucho
que esta incesante búsqueda de cercanía y conexión logró al alejarnos de la
vida que percibimos a nuestro alrededor. Desde hace más de una década es más
fácil mantener la vista absorta en la pantalla de tu smarphone, comunicándote
con muchísimas personas a la vez y lugares, mientras nos mantenemos
desinformados y desconectados de quien tenemos al frente mientras compartimos
un café, para supuestamente actualizarnos de nuestras novedades en algo más
extenso que 140 carateres.
¿Hasta donde podrá llegar este
proceso de distanciamiento con quienes tenemos al lado, y de cercanía virtual
con los que se encuentran a miles de kilómetros? No lo sé, pero si estoy
convencido y agradecido de no tener que volver a escribir cartas que se
tardaban meses en llegar, si llegaban, para saber de mi familia en el
extranjero, sin embargo tampoco estoy conforme con felicitar a través del
Facebook con un insipiente “Me Gusta” a mis seres queridos que estén celebrando
un año más de vida, se graduaron o cambiaron su estatus civil.
Me abruma que cada vez nos
esforzamos en “Compartir” más compartiendo menos, basta con buscar esta palabra en -Google- para entender su significado:
Compartir v.
tr.
1
Usar o tener una cosa en común con otros: varios amigos comparten el piso.
2
Dividir en partes una cosa para repartirla entre varios: compartir un
bocadillo.
3
Comunicar a otra u otras personas ideas o sentimientos particulares: compartir
las alegrías y las penas.
4
Tener la misma opinión que otra persona: conozco sus teorías, pero no las
comparto.
Comunicacionalmente hablando
“compartir” tiene que ver con el hecho de expresar y acordar ideas o
sentimientos. ¿Cómo se traduce esto? bueno en un escenario que permita la
interacción, si nos ponemos algo vintage estaríamos hablando de una reunión, un
café, una parrilla, una fiesta e incluso el llamado “compartir” que suelen
organizar en colegios y empresas.
La realidad es que en un alto porcentaje ya no es así porque una acción tan humana como la que acabo de
conceptualizar, también se transformó en un click que te permite “Compartir” lo
que se supone tenemos en común con una persona, para que otras que no conocemos,
posiblemente también estén de acuerdo con nosotros sin la necesidad de que si
quiera sepan mi nombre real. (Esa info está en otra entrada de mi Blog)
Al final no pretendo menospreciar
las consecuencias de lo 2.0, de ser así yo debería ser el primero en dejar de
escribir esto para ir a contarlo personalmente a gente desconocida en una
plaza, pero si creo que deberíamos cifrar esfuerzos en aquello que nos define
como seres racionales que tenemos la capacidad y don de “sentir” cosas superiores que la banal satisfacción que nos genera recibir muchos “me gusta” en las fotos que
subimos a Instagram. Bajemos las dosis de #Selfies para enseñar nuestra sonrisa
como la consecuencia de algo que de verdad nos gusta, y levantemos la cabeza de
nuestros celulares para evitar que por nuestro mismo camino se escape alguien
que este dispuesto a transitarlo junto a nosotros.
No son las tendencias las que nos
definen, son nuestras ganas de vivir la vida lo que permite que todas
nuestras experiencia no quepan en el Timeline de ninguna persona, sino en sus
recuerdos mas atesorados.
Entonces, ¿qué harás con esta
entrada? “Me Gusta”, “Favorito” o “Compartir”.
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